La audición es un proceso complejo mediante el cual percibimos y comprendemos los sonidos que nos rodean. El sistema encargado de dicha función es nuestro oído, y en paralelo nos permite mantener el equilibrio al movernos.
El oído se divide en 3 partes:
Oído externo: es la zona más visible de nuestro oído y está conformado por el pabellón que es la porción anatómica que denominamos oreja y el conducto auditivo externo (CAE), que tiene una longitud de unos 25 mm y tiene una inervación sensitiva que está dada por el nervio facial, trigémino y el neumogástrico. Aquí las ondas viajan a través de CAE para llegar al tímpano y que este pueda transmitir las vibraciones.
Oído medio: es la región encargada de transmitir y amplificar el sonido para ser procesado por el oído interno y está constituido por la membrana timpánica, la cadena de huesecillos (martillo, yunque y estribo) y la trompa de Eustaquio que es un canal osteocartilaginoso de unos 45 mm de longitud.
Oído interno: este espacio está conformado por la cóclea que tiene forma de caracol y se encarga de transformar las vibraciones del oído medio en impulsos nervioso hacia el nervio auditivo y finalmente llega al cerebro para que se inicie el procesamiento auditivo y podamos escuchar. Por otro lado, en esta zona encontraremos canales semicirculares que tienen relación con el equilibrio.
Para que el proceso de la audición tenga la máxima utilidad, el sistema nervioso debe localizar la fuente sonora, analizar la intensidad del estímulo, reconocer si hay sonidos nuevos y si hay diferencia con los conocidos, almacenar los estímulos en la memoria, etc. Todo este proceso se realiza en la vía auditiva, la cual está constituida por núcleos de neuronas situadas en el tronco cerebral y el tálamo, que concluye en la corteza cerebral del lóbulo temporal.
Como podemos apreciar cada parte de nuestro oído cumple una función fundamental para que podamos oír y comprender correctamente las conversaciones y los sonidos de nuestro entorno, por lo que cualquier alteración en alguna de las áreas mencionadas puede ocasionar un daño en su funcionamiento, ocasionando pérdidas auditivas, problemas en el equilibrio, vértigo, tinnitus, etc. Es por todo lo anterior, que es fundamental realizar chequeos auditivos anuales a modo de prevenir futuras complicaciones o bien que podamos actuar de forma precoz para limitar el avance de la enfermedad.
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